jueves, 2 de mayo de 2019

Hamburgo, la desconocida del Norte (II)

Aunque Hamburgo es una ciudad generosa con sus admiradores, a veces es también juguetona, y disfruta escondiendo algunos de sus tesoros, por lo que es conveniente contratar un free tour por Hamburgo en español, así nos aseguramos una visita completa y muy instructiva.
St. Katharinen, la más bella de Hamburgo
Cinco son las iglesias principales de la ciudad de Hamburgo, y de entre todas destaca por la belleza de su torre la de Santa Catalina.
Si buceamos un poco en la historia de la ciudad, nos daremos cuenta de que Hamburgo se construyó a la manera de otras urbes acuáticas de Europa, como Venecia o Ámsterdam, es decir, ganando terreno al mar o al río o bien construyendo sobre las pequeñas islas que en su momento formaban su territorio.

Y precisamente los cimientos de este precioso templo se hunden en las tierras que surgieron con la creación de varios diques que recondujeron las aguas del Elba para convertirlas en canales navegables por donde debían circular las mercancías que enriquecieron la ciudad hanseática.


Santa Catalina siempre fue la mimada de Hamburgo. Mimada por comerciantes, cerveceros y constructores, que querían que la más bella iglesia de toda la ciudad brillara con luz propia y pudiera verse desde kilómetros de distancia.

Pronto se convirtió en un referente de la Reforma y adquirió una fama sin precedentes debido a su especial acústica que la convertían en el lugar ideal para ofrecer conciertos de música sacra. Aquí tocaron músicos tan importantes como Johann Sebastian Bach o Georg Philipp Telemann, que hablaban maravillas de su órgano, potente y sonoro como pocos.


Todo parecía ir bien para la delicada y sensible iglesia que fue creciendo en importancia con el transcurso de los siglos, hasta que una fatídica noche de julio de 1943 se puso en marcha la operación Gomorra que consistía en el bombardeo sistemático de todos los edificios importantes de Hamburgo por parte de los aliados. Santa Catalina quedó casi reducida a escombros.
El rico interior rebosante de delicado arte sacro y sobre todo el histórico y perfecto órgano, tan querido para Bach desaparecieron pasto de las llamas.


La reconstrucción tuvo lugar entre 1950 y 1956 según los planos antiguos, pero con una simplicidad fruto del espíritu de la posguerra: se devolvió el estilo gótico del interior y por supuesto la preciosa torre barroca, pero no así la decoración de los bancos, retablos ni altares. Esos si que desaparecieron para siempre, pero la iglesia ganó en luminosidad, espacio y sobre todo en espiritualidad.
Afortunadamente y en un plan de reconstrucción exclusivo, el órgano volvió a la vida, con sus 500 tubos brillando y sonando de nuevo para deleite de todos los visitantes y ciudadanos, que cada día giran sus ojos a la iglesia que ha quedado integrada en el nuevo eje residencial de Hafen City.


St Katharinen cultiva con adoración el espíritu liberal y evangélico, el arte, la cultura, la música y un compromiso con la construcción de una nueva comunidad en el corazón de Hamburgo.


Si lo que pretendían los gobernantes de la ciudad de Hamburgo era impresionar a sus conciudadanos y visitantes con un edificio imponente y hermoso como pocos, elegante y altivo, realmente lo consiguieron al construir el ayuntamiento de la ciudad.

Sede del Parlamento de Hamburgo, esta maravillosa construcción de estilo neorrenacentista de 1897 se construyó después de varios incendios y traslados, y ocupa el sexto lugar cronológico de los ayuntamientos que ha tenido la ciudad.


Elegir el emplazamiento y levantar la estructura no fue fácil, porque como ya sabemos la ciudad se construyó prácticamente sobre el agua. Así que fueron necesarios 400 postes de la mejor madera para perforar las fangosas aguas del río Alster y soportar los 133 metros de ancho por 70 de fondo y 112 de altura del monumental edificio que hoy adorna la ciudad de Hamburgo.


Se le añadieron otras dependencias como el edificio de la Bolsa y la Cámara de Comercio y se embelleció para demostrar el poderío y el buen gusto de los ciudadanos de Hamburgo.

Para muestra un botón. La enorme y hermosa plaza interior se asemeja muchísimo a una piazza italiana y está decorado con la fuente de Higía, que era la diosa griega de la salud y construida en recuerdo de la epidemia de cólera que tuvo lugar en 1892.



Grandes personalidades han disfrutado de la belleza del Ayuntamiento de Hamburgo, como el emperador Haile Selassie I, el Sha Mohammed Reza Pahlavi en 1955 y en 1965 la reina Isabel II que recorrieron parte de los 17.000 m2 donde se esconden 647 habitaciones (curiosamente seis más que el palacio de Buckingham, así que podemos imaginar la opinión de la reina) y una torre de 112 metros de altura con una escalera interior de 436 escalones.


Se dice que el número de habitaciones puede crecer con el tiempo, ya que se construyeron 700 y muchas de ellas se cegaron por motivos aún desconocidos.
¿Quién sabe si alguno de los numerosos visitantes o algún archivero encontrará una nueva estancia en un futuro próximo?...

La historia de St Michaelis es una historia de tesón, de empeño, de fuerza y de fe.

Todo empezó en el siglo XVII, cuando fervientes católicos que residían en el entonces extrarradio de la ciudad decidieron levantar una pequeña capilla en honor a San Miguel Arcángel. Fue tanta la fe que rápidamente desarrolló el culto al santo que hubo necesidad de edificar una iglesia con todos su fundamentos. Pero después de la Guerra de los Treinta Años, la ciudad, que tantos soldados había ofrecido y perdido por y para la causa, había ido desarrollando una identificación cada vez más fuerte con el ángel guerrero, así que no quedó más remedio que levantarle una catedral donde pudiera ser honrado con amplitud y recogimiento.


Pero durante las revueltas de 1750 se convirtió en objetivo de las hordas y por tanto destruida hasta sus cimientos. Incansables, los arquitectos de la ciudad levantaron la que casi sería definitiva iglesia, ya en estilo barroco y con la torre prácticamente igual que la actual. De nuevo fue pasto de un incendio accidental que la arrasó y tuvo que ser planificada y erigida de nuevo.


Esta vez ya se usaron materiales modernos como el acero y el cemento, al realizarse la reconstrucción bien entrado el siglo XIX.


Pero !ay¡, la Segunda Guerra Mundial llegó y San Miguel, al igual que las otras cuatro iglesias más importantes de Hamburgo resultó totalmente destruida por las bombas aliadas.


No fue hasta 1952 que se pudo empezar a recuperar el espíritu arquitectónico de la iglesia, y tan sólo en 2009 se dio por concluida la finalización de las obras. De aquella primitiva iglesia tan sólo quedaba la pila bautismal y una caja de ofrendas.
Lo que hoy podemos observar nos recuerda mucho a la Catedral de Berlín, con ese gran espacio central, todo luz, oro y blancura, rodeado de un imponente altar y en su lado opuesto un magnífico órgano que en el momento en que entrábamos estaba interpretando una suave melodía que creaba un ambiente único, reforzado por la calidez del contraste entre las níveas paredes y la nobleza de los colores de la madera del exquisito púlpito y el granate de las columnas de mármol de altar.
Bajo la planta principal una cripta  nos hace retroceder en el tiempo y tocar los cimientos de las iglesias anteriores, y mucho más arriba la magnífica torre a la que se puede subir ( si hay tiempo, ya que casi siempre hay una cola impresionante) y disfrutar de las vistas de la maravillosa ciudad de Hamburgo.

La iglesia de San Jacobo para los españoles Santiago), está situada en uno de los caminos de peregrinaje medieval que conducían a Santiago de Compostela. Tan antigua es, que ya se menciona en un documento oficial de 1255, aunque refiriéndose a otra iglesia anterior, ya que la que ahora podemos ver tiene sus cimientos en el siglo XIV y por supuesto, era católica. Con la reforma del siglo XVI pasó a ser protestante y con ello se la desnudó de todos los artificios artísticos a los que eran tan contrarios los seguidores de Lutero.

Por si fuera poco, Napoleón y sus tropas la utilizaron como cuadra, lo que definitivamente la condujo al olvido. Ya era poco más que un edificio en ruinas, desacralizado, cuando sufrió los duros bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, que la transformaron prácticamente en un montón de escombros.

No fue hasta 1962 que decidieron levantarla de nuevo siguiendo los planos originales y devolviendo a su lugar el valiosísimo órgano (de más de 4.000 tubos y uno de los más importantes de Europa) y varios ornamentos que habían sido puestos a salvo por los fervorosos feligreses.

Quizá y dejando de lado el componente religioso, lo más destacable de la iglesia aparte de su original torre de los años 60 del pasado siglo, sea el cuadro de Joachim Luhn, que nos muestra una vista de la ciudad de Hamburgo en el año 1681 y que se encargó para el ayuntamiento, aunque vino a parar aquí en el siglo XIX.


La panorámica nos da una idea de la fisonomía de la ciudad en el siglo XVII, con las torres de las cinco iglesias principales y las fortificaciones que la defendieron en la Guerra de los 30 Años. Otra joya más escondida se encuentra en la parte trasera de la iglesia, en el exterior, donde encontramos una puerta de bronce que representa una cortina con alusiones al camino de Santiago.

La iglesia de San Pedro es diferente. Diferente por muchos motivos. Quizá el principal es que es la más antigua de Hamburgo, ya que se remonta al siglo XI. Una prueba de ello la vemos nada más subir los escalones que nos llevan a la puerta principal, en ella se encuentra una cabeza de león en bronce, que también es una de las obras de filigrana en metal más antigua de la ciudad y que da la bienvenida a los visitantes.

Cuando hablamos de su antigüedad nos referimos a los cimientos, ya que el edificio que ahora vemos se levantó en 1849 en estilo neogótico, para sustituir a la anterior que fue destruida por un incendio siete años antes. La torre, por su parte se terminó en 1878, cuando se colocó la pequeña aguja que la eleva hasta los 127 metros de altura.


Segunda razón de su diferencia, es una superviviente nata. Después del gran incendio del que hablábamos, la vieja ciudad de Hamburgo sufrió un necesario y urgente cambio en su fisonomía. Los barrios que rodeaban la iglesia fueron derribados y se levantaron enormes edificios de apartamentos y grandes almacenes. La consecuencia inmediata fue que la congregación de San Pedro se multiplicó por diez y los servicios religiosos tenían tanta afluencia que en muchas ocasiones se tenían que seguir desde fuera, ya que la enorme iglesia no tenía cabida para tantos fieles. Milagrosamente la iglesia sobrevivió a los ataques de los bombarderos de la Segunda Guerra Mundial casi intacta, a diferencia de las otras "cinco grandes" que como hemos visto resultaron destruidas hasta los cimientos.

Dentro encontramos las otras diferencias que convierten a San Pedro en un templo único. Altares que se levantan directamente en el suelo, con arena, ladrillo y velas, formando una cruz o custodiando y protegiendo una imagen de la virgen, preciosos trípticos policromados que sólo podemos encontrar en el norte de Alemania, una nave austera embellecida por los chorros de luz que entran por sus preciosas vidrieras de colores y sobre todo un silencio sobrecogedor como el que debieron mantener aquellos ciudadanos que fueron encerrados en la iglesia por las tropas de Napoleón cuando se negaron a darles de comer.


Una de las iglesias más elegantes y sobrias que he visitado, tiene ese toque mágico que le otorga un encanto especial que hace que el visitante no quiera abandonarla, sino respirar su tranquilidad y su belleza.
La brisa fresca del Mar del Norte, la arquitectura urbana y los amplios espacios verdes se suman para hacer de Hamburgo un espectáculo digno de ver y una bulliciosa metrópolis con una inigualable calidad de vida. Aunque demasiado a menudo no se piense en ella como una de las «grandes» ciudades de Europa, Hamburgo es actualmente la segunda ciudad de mayor tamaño de Alemania y la octava de la Unión Europea. También es una de las ciudades más prósperas de Europa, gracias a tener uno de los puertos más activos del mundo.


Fundada hace más de mil años a orillas del río Elba, estuvo en un principio rodeada de enormes lagos que desaguaban en el río. Hoy la arquitectura y la ingeniería los ha transformado en canales navegables, apto para el transporte de pasajeros y mercancías.


Junto al puerto se fue construyendo en el siglo XIX un complejo de almacenes de ladrillo rojo y vidriado que creció en brazos o canales, al estilo de una Venecia postindustrial, hoy conocidos como Speicherstadt y que han sido reconvertidos en centros comerciales, culturales y de ocio.


Caminar por sus calles es disfrutar de un catálogo de estilos artísticos difíciles de encontrar en otra ciudad europea, y eso que quedó prácticamente arrasada después de la Segunda Guerra Mundial. Afortunadamente los hamburgueses han sabido reconstruir su ciudad y no sé cómo, darle esa pátina de antigüedad que hace que nos olvidemos de lo "joven" que en realidad es.



Edificios de estilo 'art deco' o 'jugendstil', iglesias neoclásicas o barrocas, modernas terrazas o viejos muelles...todo parece estar colocado en su lugar correcto, como una escenografía perfecta de una ciudad que busca cautivar y agradar. Y realmente lo consigue, ya que las 24 horas que tiene un día parecen ser pocas para la cantidad inconmensurable de lugares de obligada visita, curiosidades, atracciones y también locales donde disfrutar de la exquisita gastronomía alemana.

Parques por todas partes, bicicletas (y muy pocos coches o autobuses) edificios imponentes y señoriales, elegantes centros comerciales que parecen templos de las compras, recuerdos hanseáticos en las fachadas de antiguos almacenes y casas, y sobre todo el agua omnipresente, como medio de transporte y como río de riqueza para una ciudad que merece ser visitada al menos tres veces en la vida; una para descubrirla, otra para conocerla y una tercera para amarla. Aunque a mí me bastó con una para quedar prendado perdidamente de ella.

Una ciudad eminentemente acuática como Hamburgo no podía dejar de tener un lago o en este caso dos. Son artificiales, si, pero son sin duda dos de los pulmones verdes más importantes y hermosos de la ciudad.

Como acabo de decir realmente el Alster lo componen dos lagos: uno es el Binnen, que en su momento quedaba incluido dentro de las murallas de la ciudad y el Aussen que se encontraba en lo que entonces eran suburbios de Hamburgo.

El grande lo dejaremos para otro momento, para nuestra próxima visita a la ciudad y nos ocuparemos hoy del pequeño.

¿Quién ha visitado Hamburgo y en un momento determinado no siente esa atracción irrefrenable de acercarse a las frescas orillas del Binnen? Seguro que casi nadie. La razón es (aparte de su belleza) que de los dos lagos es el más cercano al corazón de la ciudad, de su ayuntamiento, sus calles comerciales y lo que es más importante de todos los 'must' que deben visitarse en la ciudad alemana.


Si ya de por sí este espacio acuático es único, hace tiempo tuvieron la idea de añadirle un enorme chorro de agua que inevitablemente nos recuerda al que encontramos en la ciudad suiza de Ginebra, un chorro saliendo de la nada, un gigantesco surtidor que refuerza la hermosura del lugar.

No hay mejor sitio para relajarse, pasar el sol de las horas más fuertes del día bajo los frondosos árboles con una buena cerveza alemana en nuestras manos o dar de comer a patos y cisnes que están totalmente acostumbrados a la presencia humana.
Actualmente los dos lagos se encuentran separados tan solo por dos puentes, el Lombardbrücke y el Kennedybrücke, por el que ahora pasan el metro y los automóviles.

Y para cerrar nuestra visita a Hamburgo nada mejor que cenar como los antiguos marineros.
Necesitábamos un lugar donde reunirnos, conocernos y cenar la noche anterior a la salida de nuestro crucero desde Hamburgo. Éramos un grupo no muy numeroso y nos apetecía un local donde poder probar las especialidades de la ciudad y por supuesto refrescar nuestros viajeros cuerpos con una buena jarra de cerveza.
Buscando, buscando, encontré en una conocida página donde escriben viajeros, este restaurante que se encontraba en un punto intermedio entre los hoteles donde se había desperdigado el grupo. Me pareció desde el primer momento interesante por la historia del local, ya que originalmente, en el Lange Reihe 96 (dirección del restaurante) había una tienda de alfombras. En 1983 el anterior dueño decidió que ya no quería alfombrar los suelos de las casas de Hamburgo y que daría un giro de 360 grados a su actividad laboral.

Así que lo mejor sería abrir un restaurante diferente a los que estaban en la zona, ya que se empezaba a ver venir un cambio en el aspecto de la ciudad y los turistas ya empezaban a dejarse ver por la zona.
Cuando todo estuvo listo se dieron cuenta de que el local no tenía nombre. Se hicieron votaciones y al final, por unanimidad se eligió el nombre de la perra de los dueños: "Frau Möller".
Famoso sobre todo por sus cervezas alemanas e irlandesas, nos enseña una cocina sencilla y sin pretensiones, pero que no deja de tener su encanto. Nos decidimos, ya que estábamos en la marinera Hamburgo, a probar uno de los platos más famosos entre los tripulantes de los barcos que durante siglos arribaban a la ciudad a cargar y descargar mercancías, el labskaus.


El labskaus es un guiso típico del norte de Alemania y hoy en día se considera una exquisitez, aunque en el pasado formaba parte de la dieta casi diaria de los marineros que faenaban por el Mar del Norte. Al trabajar en alta mar no tenían forma alguna de conservar los alimentos frescos durante mucho tiempo, así que esta especie de puré elaborado con carne de ternera salada, remolachas marinadas, cebollas y patatas era lo único que podía aguantar lo suficiente sin pudrirse ni descomponerse.

Pronto se hizo popular también entre las clases más bajas que eran conocidas por consumir encurtidos y salazones.
Hoy la receta apenas ha sufrido alteraciones, aunque si que se han añadido variaciones incluso desde su base, sustituyendo el puré de carne por pavo y retirando los encurtidos.


De cualquier manera es un plato original que cada día gana más adeptos y en Frau Möller lo preparan magníficamente, sobre todo si se acompaña de una buena cerveza Holsten o una Bitburger.
Y tristes, pero al tiempo con esperanzas de volver para continuar descubriendo las maravillas que nos ofrece Hamburgo dejamos atrás la hermosa ciudad para embarcarnos hacia el lejano norte.

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