sábado, 1 de agosto de 2015

Londres, la moderna Babilonia (I)

Por fin Londres... Tanto tiempo esperando para conocer la que durante años fue una de mis ciudades deseadas, cuna de grandes artistas, científicos, políticos y reyes. ¡Londres, caput mundi!

Decidimos visitarla en febrero, sin importarnos el frío y la lluvia ( que los hubo) sabiendo que forman parte intrínseca de su alma. Alquilamos una habitación en uno de sus barrios periféricos y nos lanzamos a la aventura. 

Tras un agradable paseo en avión con felicitación de cumpleaños incluida a Caco...


...llegamos a la capital de Inglaterra, y tras unas horas de descanso nos echamos a la calle. Y que mejor comienzo que uno "Real"?

                                                        Buckingham Palace
Residencia de los monarcas de la corona inglesa desde el siglo XVIII, su tamaño y diseño es tan espectacular que se salió del presupuesto. Con más de 600 habitaciones es quizá uno de los palacios más importantes de toda Inglaterra.


Pero vamos a lo que nos interesa. Son ya los 11.30 am y está a punto de comenzar el cambio de guardia. Hay que darse prisa, porque si no cogemos un buen sitio no veremos más que cabezas y tendremos que volver otro día; Lucke, el reloj del Cuartel de los Horse Guards ha dado la salida. Existen dos regimientos los Life Guards que van de rojo y los Blue and Royal Guards, de azul. Aparte del genial espectáculo que parece más un desfile que un cambio de guardia, lo que más impresiona es los centinelas que guardan el White Hall; por muchos flashes, muecas o burlas que reciban nunca nadie ha conseguido inmutarlos. En lo que esperamos que pase la guardia, miramos hacia lo más alto del palacio. La bandera está en su asta, lo que quiere decir que la reina está dentro.



Según un ceremonial estrictamente regulado, se desarrolla una toma de armas en el curso de la cual la guardia entrante sustituye en sus puestos a la guardia saliente. Luego, los hombres que han terminado su servicio vuelven a caballo a su acuartelamiento atravesando el Mall ( nuestra posición) y pasando por delante del Palacio de Buckingham.



Si no fuera por la marabunta que se forma durante casi la hora que pasas en el sitio, el espectáculo no está nada mal, sobre todo si tienes en cuenta la antigüedad de la ceremonia y todo el fasto que la envuelve.


                                                        La torre del reloj
No es la torre más alta de Westminster ( lo es la Victoria con sus 100 metros de altura y construida después del 2º incendio) ni quizá la más bonita. Pero el Guardian de la Hora ha sido retratado por millones de artistas y lleva dando la hora desde 1858 con una exactitud asombrosa, y eso que ni uno sólo de sus tornillos se reemplazó ni se revisó durante 117 años.


Lo más común es confundir una parte por un todo. En este caso Ben, no es la torre en sí misma, sino la campana que encontraríamos si pudiésemos subir hasta su cima, tras superar los 399 escalones. No se sabe si su nombre viene del boxeador Ben Court, o del político y noble Sir Benjamin Hall que fue quién dirigió las obras de la torre. Siguiendo en su cima, si vemos luz en la torre es que hay sesión parlamentaria y no podremos visitar el interior de las Cámaras ( altamente recomendable).


En caso de que no podamos estar cerca para oír sus famosa campanadas, cosa harto extraña porque se escuchan con claridad por todo Londres y son transmitidas a diario por la cadena de radio BBC.
En fin, cualquier problema se convierte en una minucia cuando nos plantamos delante de la ahora llamada Torre Elizabeth y nos tomamos la foto o selfie de rigor ante ella.
Y es que Londres no sería Londres sin su gran y espectacular Big Ben.

                                                    De todo para todos
Nos encontramos en Portobello Road, situado en el famoso barrio de Notting Hill en el West End de Londres. Llamada así por la batalla de Puerto Bello en Panamá en el siglo XVIII, es sin duda una de las calles mas populares y visitadas de la ciudad. Se hizo archifamosa después de aquella película donde salía el actor de moda de entonces, Hugh Grant, aunque ya lo era por su espléndido mercado. Con casi 1 kilómetro de longitud, se convierte cada fin de semana en una de las ferias de antigüedades más grandes del mundo; según dicen, no hace mucho que una persona compró aquí una pieza por unas 30 libras, y consiguió revenderla en una subasta por internet, ganando 10.000 veces su valor. Igual nos cruzamos a este afortunado inversor mientras curiosea por los puestos.


Además de las famosas antigüedades podemos encontrar ropa, comida, fruta y un sinfín de artículos en sus más de 1.300 puestos de venta. Les aseguro que es una experiencia única vivir de primera mano la experiencia frenética del mercado, el vaivén de los compradores, el reclamo de los vendedores, el inconfundible aroma de las tiendas de especias y los puestos de comida entre los que se encuentra uno de paella española... La imagen que captamos es que Portobello es un oasis dentro de la gran ciudad, que sigue manteniendo la misma esencia después de tantos años, formada por los puestos callejeros, pequeños y medianos comercios, pero todos tienen ese toque que los hace parecer únicos.


Cuando el mercado cierra sobre las 17 horas, toda la calle se calma, y por unos momentos no nos podemos imaginar que donde antes había un ajetreo impresionante, sea ahora un lugar residencial tranquilo y acogedor, que invita a pasear y fijarnos en el color de sus casas victorianas.

Desde luego que es una experiencia única y un modo de conectar e intercambiar más de una palabra con los visitantes de esta zona de Londres.

                                       Diversión en la pequeña China
Antes de sumergirnos en el bullicio del Año Nuevo Chino, me gustaría aportar unos datos que hablan sobre el curioso origen de este particular enclave londinense, que presenta su estado actual desde 1950.


Puede parecer poco, pero su origen se remonta al siglo XVIII, cuando la East India Company empleó a miles de marineros chinos; la mayoría  iban y venían en los frecuentes viajes, pero un pequeño número de ellos eligió abandonar sus naves e instalarse en los muelles del Limehouse.


En 1914, había unos cien chinos dirigiendo unas 30 empresas, en su mayoría pequeñas tiendas y restaurantes atendidas por marineros chinos que apenas les producían ganancias. Sin embargo, un nuevo fenómeno iba a darle la vuelta a esta situación. Los soldados británicos que habían regresado del lejano Oriente, traían con ellos un gran apetito por la comida china. Algunos avispados establecieron sus negocios en Gerard Street en el West End, una calle que tenía ya forjada una reputación por su interesante cocina de estilo europeo en Londres. La popularidad de los nuevos establecimientos atrajo a empresarios chinos desde su país de origen, y el barrio chino de hoy vio la luz definitiva.



Hablando ahora de las famosas celebraciones del Año Nuevo, este año el calendario fijó la fecha en el domingo 22 de febrero, que coincidió con nuestra visita a Londres y que está marcado por el signo de la oveja.





Todo comienza a las 10 de la mañana, cuando un desfile, un poco descafeinado para mi gusto y con integrantes occidentales que lo descafeinaron más aún, parte desde Trafalgar Square y llega a las famosas puertas de Chinatown. Mientras se desarrolla, en esa misma plaza, y sobre un escenario enorme se suceden las actuaciones: acrobacias, bailes tradicionales y la famosa danza del León donde los artistas desafían la gravedad en altísimos postes.





Para finalizar, hay una segunda etapa en Shaftesbury Avenue, que acoge actuaciones de artistas locales y una especie de Operación Triunfo de Chinatown.






El área era un hervidero de actividad, con puestos de artesanía tradicional y de comida, médicos que sacan sus consultas a la calle, y bolitas de pólvora que inocentemente estallan contra el suelo y crispan tus calmados nervios de viajero.
En fin, con sus más y sus menos, no deja de ser una mañana interesante, además sólo ocurre una vez al año...

                                              Los héroes no sólo empuñan armas
Una pequeña plaza, localizada donde se cruzan Lower Regent Street y Pal Mall, sirve de base para un monumento sencillo, pero no exento de grandeza, sobre todo cuando se trata de hablar de sus protagonistas.


A ellos los dejaremos para el final y comenzaremos hablando del monolito que aparece detrás. Granito y bronce, dan forma a un pilar que sostiene una figura de la Victoria ( algunos dicen que el Honor) que parece guardar y honrar a varios miembros de la Brigada de la Guardia Real. Por los lados cita el nombre de la guerra en cuestión y hace mención de los más de 2.000 oficiales que murieron en ella.
Pero si miramos adelante, veremos dos estatuas solitarias montadas sobre mármol.


Una de ellas es la de Sidney Herbert, secretario de Estado para las Colonias y Secretario de Guerra en el momento del conflicto de Crimea. Está unido indisolublemente con la segunda estatua, que es nada más y nada menos que Florence Nightingale, fundadora de la enfermería moderna y auténtica heroína, junto a su equipo de enfermeras de la Guerra de Crimea. Se la representa tal y como era conocida " La Dama de la Lámpara" recordando las incasables rondas nocturnas velando los sueños de los soldados enfermos y agonizantes. Aparte de su encomiable labor, fue también escritora y promotora de varias reformas sociales que tenían que ver con el papel de la mujer, la abolición de las duras leyes contra la prostitución y por supuesto de las mejoras en la sanidad y la higiene en la vida diaria.
Por todo ello es merecedora de este hermoso monumento que empuña una luz, no un arma.

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