domingo, 9 de noviembre de 2014

Islandia, corazón de hielo y fuego (IX)

En medio de la nada
Cerca, tan cerca que casi lo podemos tocar desde la habitación, se encuentra el Fosshotel Vatnajökull del glaciar del que toma el nombre. Sólo lo separa una infinita carretera y una enorme extensión de verdes pastos y algún que otro montoncillo de árboles.





De lo que no hay duda es de que es el perfecto lugar para el descanso, de que fue diseñado para integrarse en el paisaje de esta zona del sudeste islandés, para disfrutar de un entorno único y realmente espectacular.
Precedido de un extenso aparcamiento, el hotel de clara inspiración nórdica, recuerda un poco a los establecimientos de montaña que construyera en los años 60 la compañía Sheraton a lo largo y ancho de Estados Unidos, grandes espacios cubiertos de madera en el exterior combinados con acero y cristal, perfectamente sintonizados y camuflados con la Naturaleza que lo rodea.





Pero dentro la cosa cambia, un espacioso hall que es el centro del hotel, da paso a un comedor a varias alturas donde se sirve un exquisito buffet de especialidades islandesas, como pescados en salmuera, embutidos varios y como no, la exquisita leche de la isla, por no hablar de una bollería sabrosa y recién hecha.
Las habitaciones llevan el nombre de glaciares y volcanes de la isla, alineadas a los lados de unos pasillos en cemento crudo, un poco fríos para mi gusto. Eso sí, el diseño nórdico es una constante en todo el hotel, y las estancias no iban a ser menos, baños en pizarra y acero, comodísimas camas de confortables edredones y la sorpresa de un acceso directo a los jardines, que son ni mas ni menos que la misma pradera donde se levanta el hotel.



Desde luego que es un hotel que recomendaría sin lugar a dudas, sobre todo por su situación estratégica a la hora de visitar el glaciar y por supuesto por el diseño y la comodidad de sus instalaciones.

Eso si, recomiendo no abrir mucho la puerta de "los jardines", ya que nuestra habitación se puede convertir en un auténtico muestrario de bichitos y bichotes varios que acuden a la luz y al calor de nuestra sangre del sur, calentita como los edredones que nos protegen del frío del glaciar.
Agua y hielo


Un frío glacial nos envuelve, y eso que estamos en agosto; más parece que estamos en Groenlandia o en el polo sur en pleno invierno.

Sin embargo estamos en el sur de Islandia, en esta laguna que conjuga el agua en todas sus formas: hielo, lluvia, nieve...Naves fantasmas que navegan sin rumbo fijo o que más atrevidas se dirigen directamente al mar, donde se fundirán con el agua salada. Pequeños icebergs o grandes bloques de hielo que se desprenden de las lenguas de los glaciares y que se convierten en mantequilla bajo la acción erosiva del viento y del agua que juega con ellos para esculpirlos en mil formas antojadizas.






Que decir de los colores, que saltan a nuestros ojos con las infinitas tonalidades que van desde el blanco resplandeciente al azul turquesa y el zafiro.






El sonido en la lejanía de otro bloque de hielo que se desprende del glaciar rompe de vez en cuando nuestro ensimismamiento o quizá haya sido el chapuzón de una foca en pleno juego con su pareja o sus crías la que ha removido el agua.
Aunque uno sepa que le espera un paisaje surrealista, la sorpresa es siempre mayúscula. Pensar que los icebergs pueden pasar hasta cinco años flotando en el agua antes de bajar por el río hasta el mar, y que algunos han servido incluso de decorados de películas como Lara Croft, Batman Begins o la bondiana Muere otro día, suman puntos para obligarnos a pasar un buen rato en este enclave.




Todo esto y más es Jökulsárlón: para pasearlo en bote anfibio, en neumática o en motonieve, o como nosotros para disfrutar de los últimos días de los barcos helados que llegan a la desembocadura del río para morir en el mar....
La cascada que adorna el bosque
El nombre de la localidad es impronunciable hasta para los mismos islandeses, que suelen referirse a ella simplemente como " Klaustur" aunque este formado por tres palabras: Iglesia, granja y convento.


Y es que esas tres palabras hacen referencia a la historia más reciente del lugar, ya que los primeros en poblar el lugar fueron unos monjes irlandeses allá por el siglo X, antes de la llegada de los vikingos. Entre ellos y las devastadoras erupciones que asolaron la zona en el siglo XVIII, acabaron con la iglesia, el convento y la mayoría de las granjas que poblaban la zona.




Ahora el mayor atractivo del minúsculo pueblo es la cascada de dos chorros donde según se cuenta se bañaban las monjas, aunque en mi opinión, no es más que un adorno del verdadero tesoro del pueblo, un precioso bosque de gigantescos árboles entre los que se encuentra un abeto de más de 25 metros que fueron plantados por los dueños de una granja cercana para evitar la erosión producida por el agua. Hoy, conforman un delicioso paseo que lleva hasta el mismo pie de la cascada, como si de un escenario de El Señor de los Anillos de tratara.
El suelo de la iglesia
Precisamente la leyenda cuenta, que en este sitio en concreto se levantaba la antigua iglesia que da nombre al pueblo y de la que hablábamos en el rincón anterior, aquella arrasada por la feroz erupción del Leki. Así, que echándole un poco de imaginación, debemos ver el suelo del templo casi engullido por el campo de lava de Eldhraun e imaginarnos que un día aquí hubo un monasterio y que ésta sería su capilla.



Leyendas aparte, no es difícil ver que los irregulares mosaicos que cubren el suelo, musgosos, cubiertos de agua y rodeados de hierba, son maravillosas obras de la naturaleza, formadas al enfriarse el magma en contacto con el agua, que lo comprime y le da una extraña forma hexagonal. Incluso hay una con diez lados que debemos descubrir en menos de un minuto, según cuenta la tradición.





La misma tradición que cuenta cómo muy cerca de aquí fueron ejecutadas y enterradas dos monjas por acostarse con el demonio.



Como enterrado está el bárbaro vikingo Hildir Eisteinsson bajo uno de los túmulos de piedra que rodean la zona. A ver si descubrimos cual es...
La leyenda del oro de Thrasi
La cascada de Skóga puede parecer una más entre las enormes caídas de agua de la siempre húmeda y acuosa Islandia, pero nada más lejos de la realidad.


Por un lado se diferencia por la majestuosa espectacularidad de su escenografía. Una cascada de 62 metros de alto encajada en una garganta que debe ser admirada desde su base y subiendo a la cima de la quebrada por unas escaleras bastante bien integradas con el paisaje.




Y por otro por una de las leyendas más llamativas de Islandia a las que soy tan aficionado y con las que me gusta condimentar mis escritos.




Al parecer, un colono de estas tierras, de nombre Thrasi Thórólfsson, escondió un cofre lleno de oro y piedras preciosas en una cueva que se encuentra detrás de la cascada; como el torrente de agua es siempre tan denso y abundante, es casi inaccesible la mayor parte del año. Pero aunque muchos han intentado llegar hasta el cofre, sólo un valiente consiguió encontrarlo y atar una cuerda a una de sus asas. Al salir de la cueva y tirar del pesado baúl, el asa se rompió así que se ha dejado el rescate del tesoro para mejores tiempos.
Eso sí, cuando hace mucho sol, hay quien dice que ve brillar el dorado tesoro detrás de la transparente y fría agua de Skógafoss...

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