lunes, 2 de febrero de 2015

Cataluña (II)

La iglesia de la Mare de Déu dels Angels de Llívia
En lo más alto del primitivo núcleo urbano de Llivia, se levanta este templo que se remonta a finales del siglo XVI y que según por donde lo miremos nos puede parecer una iglesia o una fortaleza. Quizá con ese ánimo un poco disuasorio, un poco intimidatorio se rodeó de varías torres defensivas e incluso uno de sus ábsides lo parece.

 Su estilo gótico catalán, severo y con pocas concesiones a los adornos superfluos, la dotó de una sola nave con varias capillitas laterales y un señorial campanario que es visible desde cualquier parte de la población. Del exterior también llama la atención su puerta renacentista con un buen trabajo de forja y columnas dóricas, localizada en lo que podría ser la parte trasera pero por la que en la actualidad no entra nadie, ya que el acceso abierto es un lateral al que se accede pisando unos escalones hechos de antiguas lápidas.

Dentro encontramos un precioso cristo del siglo XIV que es el único remanente de un altar barroco que fue destruido en 1936. El retablo que vemos hoy proviene de Logroño, y fue traído por unos jesuitas que no querían ver las desnudas paredes del templo tras la desaparición del antiguo altar.


Ojo con las paredes de la izquierda, ya que sumidos en la oscuridad se encuentran varios frescos que representan vidas de santos y que pueden pasar desapercibidos entre las tinieblas de esta iglesia con aires de castillo.






Antes de empezar a organizar el viaje a Cataluña no se me había pasado por la cabeza visitar Llivia. Primero porque sólo había oído nombrarla un par de veces, y segundo porque no sabía que estuviera tan cerca de mi hotel en Tosses.
Pero claro, los planes están para no cumplirlos, y un día decidimos saltarnos el guion para acercarnos a ésta singular localidad.


Leí un poco para informarme sobre qué visitar, que ver, que disfrutar; y descubrí varias cosas. La primera es que el municipio de Llivia está absolutamente rodeada por territorio francés. La segunda que tiene uno de los núcleos medievales mejor conservados de Europa, y la tercera que su farmacia adyacente al ayuntamiento, está considerada la más antigua del continente, ya que su origen se remonta a 1415, habiendo pertenecido a la misma familia durante 23 generaciones.


Al margen de estas curiosidades, el núcleo de la villa se encuentra un poco encaramado a una colina, como era costumbre en el medioevo, por lo que para llegar a sus puntos más interesantes debemos y podemos disfrutar de sus callejuelas ligeramente empinadas, jalonadas por pequeñas y grandes construcciones que nos dan una clase de arquitectura sorprendente, ya que prácticamente todos los estilos artísticos se encuentran en calles como Raval.


Cuidadas construcciones medievales, pequeños palacetes barrocos, casas montañesas y una limpieza envidiable son las joyas de las que presume la preciosa Llivia.


A modo de anécdota decir que después de la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de Llivia sólo podían salir del municipio para entrar en España llevando el pasaporte, ya que aunque la avanzada Francia no ponía ninguna pega, las aduanas españolas eran una auténtica pesadilla para estos españoles que vivían en una isla rodeada de tierra francesa.


Y una última cosa, en los mercados artesanos venden unas exquisitas cocas y unos salchichones que son de otro mundo..


Cuando se decidió demoler la iglesia de Santa María de Puigcerdá, allá por el año 1936, visto el estado ruinoso en que se encontraba después de haber sufrido los embates de la historia y sobre todo de la Guerra Civil Española, nadie se atrevió a tocar el campanario, que se mantenía orgulloso y fuerte como un centinela, como un guerrero imbatible.
 
Ya lo fue desde que se levantó en el año 1177 en un estilo gótico catalán que le confirió un aspecto más de fortaleza que de torre de campanas. Fuertes fueron sus pilares de granito que nunca pudieron ser destruidos, no así su cuerpo, que sufrió varias remodelaciones hasta alcanzar el aspecto octogonal que hoy muestra y que es fruto de las reformas del siglo XVIII.
 
Son 35 metros que acaban en una pequeña terraza que ahora se ha abierto tras una minuciosa restauración para servir de mirador y ofrecer una preciosa vista de 360º de la comarca del Puigcerdá. Incendios, rayos, asedios... La torre es testigo de la historia del pueblo tanto como sus gentes, cuyos herederos y descendientes han visto como la torre que antes les llamaba a los oficios religiosos se ha convertido hoy en la oficina de turismo que congrega a los visitantes apasionados por la historia y la arquitectura.

Si entramos a la oficina y nos fijamos con detalle, podemos ver piedras con ornamentaciones diversas, las marcas de cantero que las unió para dar forma a la torre y las fechas correspondientes a diversas obras, así como los resultados de una excavación arqueológica que tuvo lugar el pasado 2013 y que sacó a la luz el muro norte de la nave de la primitiva iglesia románica y el foso defensivo de la ciudad con un túnel de 12 metros que conecta con la ciudad nueva y el barrio judío.
El día que fuimos no se podía subir a lo alto por el viento, así que nos dedicamos a admirar el exterior, tan recio y tan fuerte que llega a intimidar. La imagen de la torre en medio de la plaza es todo un símbolo de Puigcerdá, un símbolo que sobrevive la Historia.



En lo más alto y con vistas, el Guitart Hotel & Spa.
Nada menos que a 1800 metros de altitud y con unas maravillosas vistas a la montaña y al Valle de la Cerdanya, se encuentra este maravilloso hotel que fue una auténtica sorpresa en nuestro viaje.


En un principio no fue nada fácil llegar hasta él, ya que llegamos bien entrada la noche recorriendo una carretera de alta montaña, sin más luz que la de otros vehículos que por ella bajaban. El cansancio, el hambre y las ganas de llegar no eran buenas compañeras de viaje, pero finalmente vimos la luz al final de la arboleda, y justo enfrente de un enorme parking, se encontraba el hotel, un edificio levantado en el más puro estilo de los nuevos alojamientos de montaña, en una encrucijada de caminos que le permite estar perfectamente comunicado.
Bajamos las maletas y los amabilísimos recepcionistas, viendo lo agotados que estábamos nos sugirieron que pasáramos al restaurante, y que tras una sabrosa cena y con otro temple, hiciéramos el check in.

Y así tuvimos el primer contacto con la estupenda y exquisita gastronomía del hotel, y que gracias al cielo pudimos disfrutar durante tres días más. Todo tipo de platos, desde regionales a nacionales pasando por alguna que otra delicia internacional aunque centrándose más en los primeros, se mostraban en las bandejas que surtían el abundante buffet, que era constantemente renovado y cuidado, invitando a su visita constante. Una delicia.


Las habitaciones son realmente cómodas, acogedoras y amplias, con un baño realmente espectacular, cuyas paredes y suelo están forrados de pizarra, como las casas de la zona.
Aunque quizá, lo que más visitantes atrae fuera de la temporada de invierno donde el hotel juega otra de sus bazas más destacadas como alojamiento para esquiadores, sea el maravilloso Spa, que aparte de regalarnos unas increíbles vistas sobre la montaña y el valle, posee una gigantesca piscina de agua caliente con cuellos de cisne, cascadas, camas de masaje y burbujas, río contracorriente, jacuzzis, baño turco y sauna, aparte de un gimnasio y una zona reservada a tratamientos como el masaje holístico, el de chocolate o el exótico. Todo un oasis para los sentidos.

Por todo ello y por la amabilidad de todos y cada uno de los miembros del personal, extremadamente amable y siempre dispuesto a ayudar, El Guitart La Collada será siempre mi hotel de referencia en la zona y si alguien me pregunta si lo recomendaría, mi respuesta sería un rotundo SI, así, con mayúsculas.


Si llegas a Ripoll con la intención de pasear sus calles y desde luego, de visitar su monumental iglesia, tarde o temprano te encontrarás con este curioso juego de volúmenes que constituye uno de los lugares más curiosos de la ciudad. Si nos hemos documentado antes ya sabremos que este solar lo ocupaba un antiguo teatro llamado «La Lira» que fue demolido debido al estado de semiabandono que presentaba.
 
Durante mucho tiempo el espacio quedó como una herida abierta, una brecha en la fachada urbana que daba al río Ter, curso de agua de vital importancia para la ciudad y que le dio fama como centro de la famosa " fragua catalana" desde la edad media y hasta bien entrado el siglo XX.
 
Pero a principios de la década pasada, el Ayuntamiento decidió rehabilitar gran parte de la ciudad para que el monasterio no fuera el único imán que atrajera a los turistas, y que los ripollenses tuvieran un nuevo lugar de esparcimiento.

 El concurso lo ganó por goleada el diseño que ahora vemos y que consta de un gran arco abierto que une la calle Verdaguer con el inseparable río que tanta riqueza proporcionó a la ciudad.
Debajo, una sala subterránea de usos polivalentes completa la oferta cultural tanto demandaban los habitantes de la ciudad.
Rinde también homenaje a esa famosa metalurgia catalana con el uso del acero, que tratado de manera genial, permite el paso de la luz solar, haciendo del lugar un volumen abierto por la cerrazón de cuatro de sus lados.
Hay que reconocer que la idea del arco es realmente genial, porque crea un nuevo espacio pero sin romper ese vacío que se creó tras la demolición, permitiendo que el casco antiguo y el Ter permanezcan unidos como siempre lo estuvieron.


Tal y como ocurrió en toda Europa durante la Edad Media, Ripoll surgió como un burgo que nació y creció al amparo de las faldas de los monjes benedictinos del monasterio de Santa María. Desde la fundación del convento hasta bien entrado el siglo XIX, la villa fue haciéndose mayor bajo la tutela de la orden religiosa y el edificio que la albergaba. Lucharon, amaron y trabajaron por amor a Dios y a la orden, hasta que en ese momento despertó su nueva vocación, la industrial. Según subía la riqueza del pueblo, ya ciudad, mermaba la importancia de la orden y del monasterio, que parecía condenado al olvido.

La lana fue el nuevo menester que sustituyó a la labranza de las tierras y al cuidado del ganado, y con la llegada de la metalurgia y la Revolución Industrial que trajo un nuevo orden de cosas, las fábricas de productos textiles enriquecieron a los habitantes de Ripoll de tal manera que el antiguo burgo se convirtió en una gran ciudad, con edificios de varios pisos que mostraban la riqueza de los nuevos dueños y señores de las tierras del monasterio, que tuvieron que ser malvendidas para asegurar la supervivencia de la orden.
 
Pasear hoy por Ripoll es admirar un casco antiguo que mezcla los pocos restos medievales que aún quedan con los edificios eclécticos que muestran orgullosos sus orígenes modernistas, neogóticos o neoclásicos. También es disfrutar de sus dos ríos, el Ter y el Freser, donde se reflejan las altas montañas que la rodean y los numerosos puentes que los cruzan.
 
Ripoll es Cataluña y Cataluña es Ripoll. No existiría la una sin la otra y así viene siendo desde hace más de diez siglos. Guifré el Pilós estaría contento de ver su sueño hecho realidad.



El monasterio que ahora nos ocupa debe ser visitado y estudiado como lo que es, como un Monumento con mayúsculas, no sólo por el infinito valor artístico y arquitectónico que tiene, sino como símbolo de la identidad, la cultura y la idiosincrasia catalana.
Fue desde sus orígenes, allá por el siglo IX, lugar de gran raigambre nacionalista, ya que fue fundado por el valeroso Conde Wilfrido el Velloso, y se le otorgaron riquezas y tierras en tal cantidad que ningún otro monasterio en esa época podía equipararse a él.

 
Convertido en mausoleo para el conde y sus descendientes, y con un sentimiento de nación separada del dominio franco, el monasterio pronto se convirtió en semillero de ese nacionalismo que volvió a resurgir en pleno siglo XIX y que dio por llamarse la Renaixença. Fue en este momento cuando se emprendió con más fuerza la restauración del conjunto que en ese momento y debido al gran incendio de 1835 presentaba una ruina casi absoluta.

Dentro, destacan las tumbas de los Condes y varias pinturas y mosaicos de estilo art decó que se añadieron tras las restauraciones. Es curioso el contraste entre las tumbas medievales, muy militares y adustas y las líneas suaves y curvas del movimiento de primeros del XX.
 
Las visitas pueden hacerse con una guía completísima del monasterio en versión ipad.
 
Para ello, en el centro de interpretación han puesto todo el empeño en que sepamos no sólo todos los vericuetos de la historia del monasterio, sino también en que se basa la idea del nacionalismo catalán y sus fuentes. Un extensísimo y completo despliegue de medios audiovisuales, nos transportan desde los tiempos del abad Oliba hasta los más recientes acontecimientos del siglo XXI, mediante objetos, fotografías y mapas que explican con total claridad la cronología del templo.
Por si fuera poco, nos ofrecen la posibilidad de visitar el lugar con una aplicación para iPad creada en exclusiva para los más curiosos, que detalla paso a paso todos los puntos, que son muchos, con una historia que contar.
 
Armados de la tablet empezamos la visita por un fabuloso pórtico del siglo XII, donde parecen resumirse las miles de páginas de la Biblia. Con calma, ya que muchas de las figuras están muy desgastadas, encontramos un Cristo mayestático rodeado de apóstoles y santos, los ciclos de los profetas Daniel y Jonás, los de San Pablo y San Pedro y la curiosidad de los meses del año que representan las actividades de los campesinos y agricultores. Sin duda lo que más llama la atención es la enorme bestia que parece querer salirse de la piedra y atacarnos, y que representa a una de las cuatro que vio en sus visiones el profeta Daniel.










  
Ahora, y tras varias remodelaciones y rescates podemos ver una ínfima parte del esplendor del que en su día fue el monasterio más poderoso de Cataluña y uno de los más ricos de la Península. Si lo que vemos ahora nos asombra, solo hay que echarle un poco de imaginación a lo que nuestros ojos ven para hacernos una idea de los tesoros que en su tiempo pudo poseer el lugar.





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