viernes, 3 de abril de 2015

La Gran Suiza (III)

Sin duda alguna uno de los lugares del mundo donde parece haberse derramado toda la gracia creadora de la Madre Naturaleza es Suiza.




El país es una especie de tierra de promisión para todo tipo de senderistas con itinerarios preparados, senderos señalizados y muy bien cuidados que permiten realizar excursiones de gran interés paisajístico y ambiental.
Y quizá la zona que más contraste y belleza presenta sea ésta de Thal. Aquí, el equilibrio entre el hombre, la naturaleza, el paisaje y la economía es el eje de toda la región. Los extensos bosques y praderas del Parque Natural de Thal son el hábitat de varios animales y plantas en peligro de extinción, por lo que las autoridades han debido mantener su delicada armonía con una planificación prudente y el establecimiento de zonas de protección. El resultado salta a la vista. Unos paisajes que parecen sacados de una película romántica, una luz única y un contraste entre naturaleza y urbanismo de lo más ponderada.








La belleza del color de las hojas de otoño frente al verde de los pastos, las enormes casas- establo adornadas de flores, las suaves montañas que permiten que el sol se despida con un precioso atardecer.. Esa es la mejor carta de presentación de este precioso enclave del cantón de Solothurn.






Después de hacer noche por el camino llegamos a la hermosa Basilea.






Mucha gente piensa erróneamente, al preparar su viaje a Suiza, que Basilea no vale la pena. ¡Error garrafal!
Esta preciosa ciudad, nos sólo sigue a Zúrich y Ginebra en población sino que es el único puerto del país a orillas del río Rin, lo que la convierte en uno de los centros de exportaciones del país y núcleo de grandes industrias farmacéuticas conocidas por todos como Roche o Sandoz.




El punto de encuentro de tres países es el enclave para el aprovisionamiento de materias primas de Helvecia. Esto es resultado de siglos de prosperidad económica y de una perfecta estrategia comercial que también trajo de la mano una espectacular tradición cultural y artística. No olvidemos que aquí estudiaron Erasmo de Rotterdam y Paracelso.
Con casi 40 museos, Basilea tiene la mayor densidad de colecciones del país, y también es la ciudad de los pequeños teatros, los musicales y los conciertos de música clásica.

Pero la vida de Basilea también está en el río. Pasear entre o sobre los grandes puentes que cruzan el Rin es uno de sus principales atractivos. Como lo es, para los amantes de las callejuelas, tal es mi caso, disfrutar de las pequeñas pero altas casas que forman uno de los cascos antiguos más bonitos y menos deteriorados de Europa. Al caminar por la Basilea vieja respiramos también el olor de las tradiciones, de todo lo que permanece en la poco cambiante Suiza, tan moderna pero tan apegada a sus tradiciones.
Puestos callejeros con quesos de intenso sabor o flores de mil aromas, la elegancia de las tiendas que nos tientan con su delicada mercancía, la Historia que pasea con nosotros por la ciudad....Todo eso y más es Basilea.




Una de mis recomendaciones al viajar a Suiza es el aparcamiento. En las grandes ciudades no perdamos ni un minuto en dar vueltas y vueltas buscando un lugar para aparcar. Es infinitamente mejor llegar, y con calma, elegir uno de los múltiples aparcamientos subterráneos para dejar nuestro coche.


Así, al salir uno puede encontrarse con rincones tan espectaculares como la Spalentor, en Basilea, uno de los tres únicos e impresionantes restos de la muralla medieval que defendía la rica ciudad allá por el siglo XIV.




Por uno de sus lados aparece austera, maciza y fuerte, con el escudo de la ciudad enfrentándose a los que venían en son de guerra o rapiña. Por el otro, los arquitectos que la levantaron quisieron darle un toque menos agresivo y más artístico, por lo que aunque las actuales son copias, ese lado aparece adornado con tres copias de estatuas originales de 1389 que representan a la Virgen y a tres de los profetas.




Lo que poca gente sabe, es que esta puerta, que sobrevivió al derribo por el crecimiento de la ciudad en el siglo pasado, nació después de un demoledor terremoto que prácticamente acabó con Basilea y que a punto estuvo de hacerla desaparecer del mapa para siempre.




Lo que si desapareció, desgraciadamente, es el foso que rodeaba la ciudad y que en este punto sólo podía ser atravesado por un puente levadizo que salía de la mismísima torre.


Frente a ella encontramos un pequeño pero curioso rincón, una restaurada fuente de origen medieval con todos los colores, formas y simbolismos de los hermosos surtidores suizos.




El ayuntamiento de Basilea.




Desde lejos ya llama la atención, con sus muros de arenisca roja y sus coloridas pinturas y frescos, tan brillantes y perfectos que pareciera que cada día los limpiaran a mano y retocaran cualquier mínimo desperfecto. Y digo pareciera porque a lo mejor es cierto que lo hacen. No sería de extrañar, ya que así es Suiza, perfeccionista y minuciosa.
Porque está claro que la ciudad tenía que dar esta imagen, tal como ahora, cuando allá por 1501 entró a formar parte de la Confederación Helvética. Aunque no siempre fue tan grandioso.




Diversas partes fueron añadidas paulatinamente al núcleo del Ayuntamiento original, como la torre, que en su momento creó gran controversia y fue motivo de discusión entre los gobernantes y los ciudadanos. La razón era un poco tonta, ya que la idea era hacer una torre muchísimo mas grande, al estilo de las italianas de Bolonia, para impresionar al resto de las ciudades de la Confederación y a los foráneos y comerciantes que llegaban a Basilea.




Al final, el sentido común triunfó y se levantó una torre de unas medidas mas discretas pero igual de impresionante.
Otro caso son las esculturas y pinturas que adornan profusamente el edificio, como la del fundador de la ciudad, Munatius Plancus, que encontramos al principio de la escalera principal o los frescos que rodean el patio y que hablan de la ley, la legislación y la entrada de la ciudad en la Confederación ( que sólo tienen un siglo pero que son una maravilla).






Hoy en día, el uso de tan simbólico edificio, es meramente administrativo. Sede de la Cancillería, los servicios del Parlamento y del departamento de asuntos presidenciales, aún sirve de lugar de reunión del parlamento cantonal y del gobierno.














Un lugar digno de admirar por fuera y por dentro. No nos perdamos ni un detalle...

La plaza de Fischmarket nos plantea un enigma.


Me pica la curiosidad por saber de qué manera, y según cuentan los anales de la ciudad, los mercaderes de pescado podían mantener a los peces durante días para ser vendidos vivos y frescos, sobre todo teniendo en cuenta que el mercado de pescado funcionó en este lugar desde el siglo XIV.


Su importancia fue tal, que llegaron a vender peces de agua salada y dulce traídos desde lugares tan distantes como la antigua Rusia, e incluso especies muy delicadas y poco conocidas para ser preparadas al estilo kosher, debido a la creciente demanda por parte de la población judía de la ciudad.


Eso si, tenían sus límites impuestos por la salubridad necesaria en una ciudad tan suiza como Basilea. Sólo podía comerciarse con el pescado al aire libre desde las 7 hasta las 10 de la mañana, después de esta hora todos los puestos debían desaparecer para "mantener el aire limpio y sano".


Hoy en día, es una de las principales arterias de la moderna y vistosa ciudad de Basilea, y una de sus imágenes de presentación, ya que confluyen en ella varias avenidas y calles que llevan en sus aceras importantes y artísticos edificios que son el orgullo de la ciudad.


Existe una catedral que domina el Rin, refulgente al sol del atardecer con su arenisca roja, sus tejas de colores y sus finas y elegantes torres. Que es símbolo compartido ( con el ayuntamiento) de la ciudad de Basilea y que es tan amada que no sólo se organizan en ella actos religiosos, sino también todo tipo de eventos culturales.




Su posición es realmente envidiable, ya que está situada en lo más alto de la ciudad, de manera que en los días más claros se puede llegar a ver los Vosgos.




Münster la llaman, que para eso es un cantón de habla alemana y que viene a significar catedral. Aunque bien podría llamarse monstruo. Pero monstruo de resistencia, ya que ha sobrevivido a un incendio en el siglo XIII, un terremoto en el XIV, una dudosa restauración en el XIX y a una constante erosión de su piedra caliza, que se deshace poco a poco por la acción del viento proveniente del río, y las frecuentes lluvias y nevadas.












Andan muy apurados intentando salvar el exterior del templo, como la maravillosa portada romana de San Galo. Y los entiendo, ya que la riqueza de la catedral es inconmensurable. Sea por sus dos torres góticas coronadas por agujas que se remontan al XV, las magníficas esculturas del emperador Enrique II, del Demonio y la Voluntad o la dinámica e impresionante que parece surgir de la pared y que representa a San Jorge matando al dragón.








Y por supuesto, como he dicho antes, la portada de Sankt Gallen o San Galo, para los latinos, con un valiosísimo Juicio Universal.
Eso en el exterior, ya que la catedral parece estar formada por varias piezas, cual puzzle.




Una de esas piezas es el interior, que esconde joyas tan valiosas como las cuatro capillas funerarias, donde duermen el sueño eterno nobles y obispos, una reina ( Ana de Habsburgo ) y unos bajorrelieves que cuentan la vida de San Vicente. La quietud, el silencio y la luz que tímidamente dejan pasar las vidrieras son únicos.



Y de aquí pasamos a la siguiente pieza, los magníficos claustros del siglo XV, que casi milagrosamente permanecieron en pie tras el terremoto. Es una delicia pasear por ellos mientras se observan los arcos y los pilares que lo forman, o las esculturas en bronce que modernamente se han añadido. Eso si, siempre vigilados por los escudos de armas de las poderosas familias del cantón y del país.












Y el último de los rincones de esta "münster" es la gran Pflaz, la terraza que se abre al Rin y desde donde se tienen unas vistas espectaculares del río y de la ciudad moderna.



Bien merece un mínimo de una hora para disfrutar y beber de su belleza.

En 1977, el lugar que ocupaba el teatro principal de Basilea, fue conquistado por unos nuevos protagonistas de la Historia, en este caso del arte suizo.


Su padre, su creador, su forjador, quizá sea la palabra, fue el artista Jean Tinguely, en un escenario tan móvil como lo es el agua del estanque, colocó a los nuevos bailarines y comediantes del siglo XXI, unas esculturas en continuo movimiento gracias a la fuerza del agua.


Eso sería la parte poética, la que todos en principio podemos deducir. Pero los críticos del artista, dicen que es una crítica a la sociedad de producción y consumo, una ridiculización de esos bienes que se fabrican , compran y venden y que no tienen un uso definido, concreto ni temporal.






No se tanto de arte moderno como para negar o corroborar esta teoría, pero lo que si se, es que ver como se mueven las esculturas gracias a los chorros de agua que las atraviesan, y repiten ese movimiento una y otra vez, sin parar, las convierten en eternas. Por lo menos mientras el agua no se congele...


Teníamos muchísima hambre, pero mucha, mucha. Fueron interminables los kilómetros que recorrimos ese día para llegar hasta Basilea y el hotel donde nos hospedábamos, de la cadena Ibis, no estaba nada céntrico, tónica habitual de los establecimientos del grupo.
Así que en la misma recepción del hotel preguntamos varias direcciones donde poder tomar algo rápido para cenar y entre las diversas opciones nos ofrecieron esta pizzería que estaba a apenas tres calles del hotel. Fuimos en coche, no por comodidad, sino por oscuridad, ya que la zona donde está ubicada no brilla por su iluminación, y no era cuestión de perderse.


Fue muy fácil encontrarla, pero entenderse con los camareros no resultó tan sencillo.
Provenientes de Turquía y afincados como muchos de sus compatriotas en países como Suiza o Alemania, son cocineros natos, que absorben con la facilidad de una esponja las técnicas de cocina de los lugares donde son acogidos.
Por eso, entre algunas especialidades suizas que salpican la carta, se dejan entrever guiños a la cocina turca y por supuesto las pizzas... Ellas son las auténticas reinas de una carta bastante extensa pero llena de seguros aciertos.




La masa crujiente y fina, sirve de base para unas sabrosas combinaciones como sólo la cocina turca, cuando se fusiona con otras sabe hacer. Los deliciosos quesos suizos con las especias orientales y un toque de frescura aportado por la rúcula fresca que podemos alternar con una ensalada que parece recién traída de la huerta, o una combinación de los auténticos cuatro quesos (suizos todos) que paladearemos mejor con ayuda de una buena jarra de cerveza.




Todo realmente exquisito...menos el precio. No se si fue porque nos vieron cara de extranjeros adinerados, pero la cuenta fue más abultada de lo que esperábamos.

Bueno, ya se sabe que cuando se viaja hay que contar con estos imprevistos. Eso sí, todavía saboreo en mi mente el sabor de esas pizzas....

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