martes, 2 de junio de 2015

Mi Puerto Rico (II)

Era hora de visitar el sur de la isla, y la joya de la corona sureña es Ponce, la Valiente.

El león es el símbolo de Ponce, por su valentía, por su coraje, por su orgullo....igual que los ponceños. Así que no podía haber un mejor lienzo para que muchos de los mejores artistas de Puerto Rico expresaran sus conceptos y se dejaran inspirar por las musas.

El proyecto se compone de 15 leones puestos en manos de otros tantos artistas plásticos, ponceños como Wichie Torres o Rivera Villafañe o provenientes de otros rincones de Puerto Rico de igual cultura pictórica.
El principio básico de los Leones de Ponce es poner al alcance de la mano de todos los sectores de Ponce y de la Isla Estrella la accesibilidad y el disfrute del arte en la misma calle que a diario pasean.



Entre tanta personalidad artística caben todos los estilos, por lo que encontramos desde las perspectivas más clásicas hasta las tendencias más conceptuales y contemporáneas.
Hay leones que hablan de los barrios que componen la Perla del Sur, o que nos susurran sobre la ciudad de los Quenepas, otros de los Muelleros de Ponce, de la mujer ponceña, del carnaval y sus vejigantes, uno blanco como las perlas, rabiosamente urbano o cósmico y vanguardista.
Hay leones para todos los gustos y colores. A fin de cuentas, Ponce es la Capital del Arte del Caribe.

Y recorremos el marco de la Parada de los Leones, la Plaza de las Delicias.
Tan antigua como el poblado del que desde siempre ha sido centro, la Plaza de las Delicias se erige desde 1692 sobre los 6.400 metros cuadrados que ocupan también el Museo Parque de Bombas y la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe.


No fue hasta principios del siglo XIX cuando adoptó el tamaño y la forma actuales y se plantaron los espectaculares robles, caobas y laureles de Indias que la transformarían en la Plaza Mayor de Ponce. Por supuesto que a su alrededor sólo podían situarse edificios de gran importancia, como la actual Casa Alcaldía, que antes fue Casa Consistorial y Cárcel, y aún antes solar de la Ermita de San Antonio Abad. Ahí queda su antigüedad...


Ser el centro de la vida de Ponce significaba ser sede de mercado público, campo de entrenamiento de las milicias y lugar de ejecución para los condenados a la pena capital; pero también laboratorio de innovaciones y muestra de modernidad, como la instalación de faroles de petróleo de 1864 para los paseos nocturnos de los presumidos ponceños o la Feria Exposición de 1882.
Imágenes antiguas nos recuerdan el quiosco árabe que hubo en su centro y que luego se convirtió en Fuente de los Querubines, preludio de su pavimentación definitiva, o las primeras fotos de la estatua de bronce, que aún permanece, de Luis Muñoz Rivera.








En años recientes, la plaza sufrió un lavado de cara considerable, revistiendo sus aceras y regenerando sus jardines.
De esta manera, continua su tradición como el recinto de eventos culturales, tertulias y escenario de retretas de la centenaria Banda Municipal que cada domingo deleita al público.

La Catedral de Nuestra Señora de los Remedios es, sin duda, y por mérito propio, uno de los edificios más significativos de la capital del sur y presenta un estado de conservación realmente impecable y ejemplar.



Situada en la preciosa Plaza de las Delicias y formando conjunto con la Casa de la Alcaldía, fue levantada en la década de 1830, aunque a punto estuvo de desaparecer con los terremotos de 1918. Una reforma radical, casi reconstrucción, fue necesaria entre 1931 y 1937, momento en que adopta el aspecto actual.
Curiosamente, en el sitio en el que se levantó ya hubo una iglesia anterior que cayó derrumbada, demolida, pulverizada por un terremoto devastador.




Dentro, la amplitud y blancura del espacio me hicieron recordar rápidamente a la Catedral de Santiago de Cuba, otro ejemplo de la Catedral caribeña.
El techo, pintado de un azul cielo de lo más metafórico, enmarca sin duda el resto de la catedral. El altar mayor en alabastro, las sencillas capillas laterales, o los más complicados retablos, como el que nos atemoriza con el fuego del infierno, las imágenes que reciben la fe de los ponceños, el magnífico altar del Sacramento o las lápidas de mármol en la pared que recuerdan a los obispos eméritos que ha tenido la catedral, forman una miscelánea de estilos, formas y colores que sólo puede tener cabida en un templo del Caribe.








La catedral, una de las cinco que tiene Puerto Rico, es ejemplo de cuidado y amor de los habitantes de Ponce por su patrimonio, por su historia y por su fe.

En 1820, justo cuando Ponce empezaba a despuntar comercialmente, la ciudad fue parcial pero gravemente destruida por un terrible incendio que quemó cientos de casas. Tres años más tarde, el gobernador Miguel de la Torre, profundamente impresionado por la tragedia fundó el primer cuerpo de bomberos de la ciudad.



Con la Feria de 1882 nuevas influencias arquitectónicas llegaron a Ponce, y una de ellas fue el estilo morisco que recordaba vagamente a la Alhambra granadina. Se levantaron dos pabellones de estilo árabe para mostrar las exposiciones de flora y fauna de Puerto Rico, acompañadas de las arqueológicas y de la música de los conciertos ofrecidos por la banda del Batallón Valladolid y de la propia orquesta de los bomberos. De esos dos pabellones uno fue totalmente destruido por el fuego en 1914 y el otro es el actual Parque Antiguo de Bombas.




Atesora por tanto, como un venerable anciano, documentos, fotografías, herramientas y coches de gran valor histórico que lo han convertido en el Museo Oficial de los Bomberos.
Cuadros como el que recuerda a los ocho Héroes del Polvorín, que arriesgaron sus vidas por evitar que el almacén de municiones ardiese y se llevara por delante a media ciudad, nos dan un ejemplo del arrojo y la valentía de los ponceños.
Su característico diseño y color, rojo intenso, el incalculable valor que tiene en sí mismo y por su contenido, sumado al inmenso placer de gozar de la amabilidad infinita de las personas que lo cuidan y atienden nuestra visita, lo han convertido en el segundo de los monumentos más visitado de Puerto Rico.






Ya era hora de descansar, y ¡qué mejor lugar que el céntrico y precioso Ramada Ponce!

En plena Plaza de las Delicias o de la Catedral, como quien la nombre quiera llamarla, se levanta un edificio histórico que con sus aires coloniales renovados, se ha convertido en el lugar de alojamiento y entretenimiento favorito de los visitantes de Ponce.

La antigua y rehabilitada en 2009 " Casa Saurí-Rubert" forma parte de los dos edificios que componen el hotel. El segundo, más moderno, tiene en sus bajos la sala de juegos y un garaje con numerosas plazas de aparcamiento.
Pero centrémonos en el edificio más antiguo.
Según se dice, es la tercera residencia más antigua de la ciudad de Ponce que todavía permanece en pie y durante un tiempo fue Liceo Ponceño, escuela de primaria solamente para chicas. Desde los años 50 a los 60, la casa fue ocupada por varias pequeñas empresas, incluyendo una agencia de viajes y una tienda de juguetes y luego parcialmente abandonada.

Hoy, el hotel Ramada Ponce ofrece habitaciones con sabor histórico, que incluyen 6 datadas de 1882 y otras más neutras pero con todas las comodidades actuales.
Los espacios de la recepción en la planta baja, adjunta a la gran escalera del recibidor y la exquisita sala del segundo piso, con muebles de época, vidrieras y una fabulosa galería cubierta con persianas de madera del más puro estilo colonial, le dan un sabor único a este hotel que se ha ganado justamente la fama de ser uno de los más hermosos de Puerto Rico.


Como complemento, dos espacios públicos llaman también la atención:
Lola, que es el sitio mas "chic" de Ponce, es el punto de reunión de los más modernos sibaritas que buscan en la cocina de fusión del restaurante una alternativa a la gastronomía más tradicional. Está localizado en el patio interior del hotel, en uno de los lados que rodean la preciosa piscina que por la noche refulge como una gema tallada. En otro de sus extremos el Melao, es un coffee shop donde poder saborear las exquisiteces de los mejores y de más carácter cafés de Puerto Rico.







Ramada Ponce es sin duda el "lugar donde hay que estar" en Ponce o como dicen los angloparlantes, "the place to be".

Y seguimos visitando la maravillosa isla por uno de sus puntos más atractivos: el Bosque Tropical de El Yunque.
Una de las ventajas que tiene el bosque es que podemos visitarlo cómodamente en coche, ya que el trazado de la carretera que lo recorre lleva con facilidad de un punto de interés a otro en apenas unos minutos.
Así que basta seguir los carteles de orientación del parque para llegar al pie de esta preciosa cascada que, sin duda, es una de las imágenes más conocidas y difundidas del Yunque.

La Cascada La Coca debe su nombre a su propietario oficial, el colono español Juan Diego de La Coca.


Aunque en el momento en que la visitamos el caudal era muy discreto al no estar en época de lluvias, normalmente es una masa de agua que cae por despeñaderos de piedra llenos de musgo y vegetación. El Bosque Nacional del Caribe es conocido por tener las aguas de más alta calidad en Puerto Rico. Debido a que es un bosque tropical de montaña, hay un montón de ríos y arroyos que cruzan el bosque.
El lugar es realmente mágico, aunque si que echo de menos que haya más protección del entorno natural de la cascada y se prohíba el acceso a la base de la misma, por los daños a la naturaleza y por la propia seguridad de los visitantes.

Junto a la misma carretera que nos lleva a la Cascada de la Coca, unos kilómetros más adelante encontramos la torre de Yokahú.
El nombre de esta gran atalaya le fue dado en honor del espíritu benévolo de los indios tahínos que se dice moraba en estos parajes, que por otro lado eran considerados sagrados.




Fue construida hace justo 50 años por uno de los promotores del parque, Wadsworth, que quería que los visitantes tuvieran desde lo alto una visión que abarcara la casi totalidad del parque. Y lo consiguió, ya que desde lo más alto y tras subir una empinada pero nada difícil escalera, tenemos un panorama único de los 112 kilómetros cuadrados del Yunque. En ese momento llovía muchísimo ya que durante casi todo el año las lluvias que llegan desde el Atlántico chocan con esta cornisa formada por las montañas, descargan el agua que transportan y convierten al Yunque en el área más lluviosa de toda la Isla.


Como curiosidad, decir que se construyó con una técnica de moldes deslizables que se levantaban antes de que el hormigón secara para dar la impresión de una torre monolítica, sin juntas y que los planos se inspiraron en los silos para grano que levantaban por la isla los ingenieros miembros de la Iglesia Menonita.
En la parte baja hay una pequeña tienda donde comprar algunos recuerdos del Parque como las pequeñas ranas coquí, famosas en todo el Estado.

Son sólo 1.200 metros que se recorren en apenas media hora, pero bastan para aprender toda una lección de naturaleza en vivo, de comprender la evolución vegetal y sobre todo de aprender a respetar y amar al gigantesco manto verde que constituye el Yunque.




Como vimos en los anteriores rincones del parque, podemos dejar el coche aparcado en las áreas destinadas al efecto, desde donde siguiendo las perfectamente indicadas rutas podemos recorrer a pie las distintas zonas de el Yunque.
Una de ella es la de los Árboles Grandes hasta la cascada de la Mina, donde incluso podremos darnos un buen chapuzón.
Un sendero perfectamente trazado y cubierto de una mezcla de cemento y piedra, para evitar resbalones que se integra casi perfectamente con el entorno, nos va llevando de una a otra maravilla vegetal. Grandes carteles explicativos nos proveen a cada paso de información sobre la flora y fauna del llamado "bosque húmedo o lluvioso" y la biodiversidad que nos rodea.



Colibríes esmeralda que con deleite liban las flores que les salen al paso, o plataneros negros y amarillos que lanzan su canto a la bóveda verde se muestran a nuestros ojos, junto con los lagartitos anoles, de un intenso verde, muy vergonzosos y tímidos.

Son éstas algunas de las especies que viven en esta zona del bosque, llamada del Tabonuco, llamado así por ser la especie de este gigante verde la que predomina. De madera suave y gris y con una resina blanca y fragante que rezuma a todas horas es el soporte perfecto para los helechos y las enredaderas trepadoras que forman el techo de este perfecto bosque pluvial.



O casi perfecto, ya que falta uno de los árboles más valiosos del mundo, el ausubo.
Según parece, el valor de esta especie era tan grande, que el rey de España prohibió terminantemente su exportación para que no cayera en manos del enemigo en algún ataque pirata. El ausubo es fuerte, atractivo y la madera es extremadamente densa; tan densa que es muy resistente a la polilla y al deterioro. Su fuerza y calidad es tal, que muchos de los más antiguos edificios de San Juan tienen fuertes vigas hechas con madera de ausubo.








Para terminar el paseo volvamos por el sendero al punto de partida, relajados e instruidos por la Madre Naturaleza.

Como colofón de la ruta de los Árboles Grandes, llegamos a la Cascada de la Mina, una caída de agua de pequeña altura pero de gran y constante caudal. Lo habitual es bañarse en la poza y descansar del sendero de media hora, casi todo en descenso, que lleva hasta ella. Por el camino hemos podido disfrutar de las más de 240 especies de árboles y plantas como las orquídeas silvestres, las palmas, los árboles de tobonuco, colorados, pinos, palmeras y helechos gigantes. A lo lejos nos han acompañado los cantos de las cotorras y los papagayos y aunque no las hemos visto, desde algunos árboles nos puede haber observado alguna boa portorriqueña. Nuestra anfitriona, por supuesto es la rana coquí, tímido símbolo nacional.


Les cuento la leyenda porque es muy bonita. Al parecer existió un jefe tahino llamado Coquí, bravo y valeroso, tanto que los dioses ordenaron que su nombre nunca fuera olvidado y para ello esta rana recibió el mandato de proclamar su nombre continuamente a lo largo de todos los territorios de la isla.

Puede que de vez en cuando venga, como nosotros, a refrescarse a la Cascada de la Mina, punto de encuentro de borinqueños y foráneos que la disfrutan para relajarse después de recorrer el sendero que lleva hasta ella.

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