jueves, 1 de mayo de 2014

Jordania (I)


Paisajes que parecen salidos de un calidoscopio, verdes montañas, áridos desiertos y valles fértiles, escenario de culturas, artes y civilizaciones, desde el cazador de la Edad de Piedra hasta el Homo Digitalis. La tierra de Jordania ha obligado al hombre a adaptarse a ella y no al contrario.
En este viaje recorreremos el Valle del Jordán, las orillas del Mar Rojo, los sitios históricos de Petra, Madaba, Amman y Kerak, el desierto de Wadi Rum tan ligado a la historia de los beduinos, veremos los vestigios que dejaron civilizaciones como Roma o Bizancio y reinos como el Nabateo.
Patrimonio artístico, tradiciones y leyendas nos esperan en este elegante y precioso país de Oriente Medio.
La capital, Amman, nos recuerda a un belén que parece desperdigarse por las laderas en torno al teatro romano, combinado la esencia de su cultura milenaria con los devenires de la vida moderna.
Dividida en dos sectores, la Ciudad Alta y la Ciudad Baja, en el primero lo más destacable es el teatro, que constituye su alma histórica. Construido entre el 169 y 177 después de Cristo, su conservación puede decirse excelente, y fácilmente podemos hacernos una idea de cómo sería con el aforo completo de 6.000 espectadores.

Subimos ahora a la Ciudadela, a la que se llega casi trepando por una colina frente al teatro, y que constituía la Acrópolis de la ciudad, casi como en Atenas.

Formada por vestigios de la civilización romana, como el Templo de Hércules, una iglesia bizantina y varios edificios musulmanes de la dinastía omeya, no dejó de ser durante siglos el centro administrativo de Amman.

El edificio mejor conservado es la llamada Sala de Audiencias, cuyo interior está profusamente decorado con arcadas ciegas y bajorrelieves en piedra de motivos geométricos o elementos vegetales, que en las fotos no se aprecia apenas por la calidad de la fotografía analógica.


Vamos saliendo de la ciudad por la parte moderna, donde destaca la mezquita de Malik Abdallah, caracterizada por dos alminares gemelos y una enorme cúpula revestida de mayólica azul. No es antiguo, si tenemos en cuenta que se construyó a principios de la década de 1990.

Y llegamos al Sitio Arqueológico de Jerash.
Gracias al impulso dado por los romanos a la agricultura, la producción artesanal y servicios, que desarrollaron el comercio en el propio territorio y los países vecinos, tanto Jordania como su centro económico, Jerash, disfrutaron durante más de dos siglos de una auténtica Edad de Oro.

El paseo es Jerash es un viaje en el tiempo, visitando su Cardo Máximo flanqueado por bellas columnas, la Plaza Oval, pisando los surcos que dejaban las carretas en el pavimento de piedra, conociendo sus puertas, sus teatros y templos, y las iglesias y templos cristianos que se levantaron más tarde.

Pero tenemos que iniciar nuestro circuito, y dirigir nuestros pasos a Ajloun, localidad famosa por su castillo de Qal'at er-Rabad, que se levanta en lo alto de una colina a 1.250 metros de altura y que se adivina en la distancia desde varios kilómetros antes de llegar a sus cimientos.


Levantado por los árabes, destruido por los mongoles, reconstruido y ampliado por los mamelucos está rodeado por un foso que la hacía casi inexpugnable, su interior presenta un entramado de entradas acodadas, puertas sucesivas, casamatas y troneras hasta llegar a varias salas cubiertas con bóvedas de crucería o cañón.



Desde su puesto en la cima de la montaña, el castillo protegía las carreteras de comunicación del sur de Jordania y Siria, siendo una, entre una cadena de fortalezas que encendían grandes fuegos de noche para pasar señales desde el Eúfrates hasta El Cairo. 

El siguiente destino será otra fortaleza, Qsar el Azraq. Construida por los romanos probablemente a finales del siglo III, pasó a manos de los omeyas. El castillo debe su fama a Lawrence de Arabia. 

El legendario agente británico se hospedó en él en 1917 mientras organizaba una rebelión de los árabes contra el Imperio Otomano y preparaba la batalla de Acaba.
 En el vestíbulo de la entrada es de un cierto interés la colección de piedras planas con inscripciones en latín y griego.

Vista del pozo artesiano de este castillo del desierto declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.

En su interior destaca la sala de audiencias, cuya bóveda de cañón y parte de las paredes están cubiertas por frescos que celebran el poder califal y varias escenas de caza.

Nuestro siguiente castillo es Qasr el Kharana. Al contrario de lo que podemos pensar y ver hoy en día, estas fortalezas que servían para alojar al califa y su corte, no se hallaban  en su momento en medio del desierto, como ahora, sino que todo el terreno que los rodeaba era un auténtico vergel. Éste que ahora visitamos se encuentra magníficamente conservado, y con más aspecto de castillo, nada que ver con su estructura primigenia que fue romana y luego bizantina. 

La curiosidad de este edificio es que por un lado presenta torreones claramente defensivos en todo su perímetro, así como saeteras en sus muros...

  ...pero por otro, su interior, decorada en estucos, pequeños pilares y arcos, nos indica que combinaba la función defensiva con los atributos típicos de las suntuosas residencias califales.

Camino del Mar Muerto.- Postes señalizadores del nivel del mar. 

 
Mar Muerto.- El nombre le fue dado por los cruzados, al contemplar por primera vez este lago salado de 920 kilómetros cuadrados y que se hunde a unos 394 metros bajo el nivel del mar.

Sus aguas, abundantes en sales minerales, tienen cuatro veces más sal que la que habitualmente tiene cualquier otro mar, lo que hace imposible la vida animal o vegetal en su entorno, pero que las convierten en fuente de propiedades termales y curativas conocidas desde la antigüedad.

Después de probar la flotación, que es cierta, en la superficie del mar, seguimos nuestro camino hacia el Monte Nebo.

Fuertemente ligado a la tradición cristiana y hebrea, este punto del país que se encuentra a 800 metros de altura nos permite contemplar la extensión que comprende el Valle del Jordán hasta el Mar Muerto. 

Según las creencias de las dos religiones, fue aquí donde subió Moises para ver la llamada Tierra Prometida que nunca pisaría, ya que moriría y sería enterrado aquí, tal y como marca una cruz a la que acompaña un monasterio donde se encontraría su sepultura.

También se ha colocado en el siglo XX, un indicador con las distancias desde el Monte Nebo hasta las principales ciudades de la Tierra Prometida.

En el interior de la iglesia del monasterio se conservan valiosos mosaicos, como éste que nos muestra en un gran formato escenas de caza y pastoreo de animales tan dispares como una cebra y un dromedario.

Un último vistazo al conjunto religioso.

No muy lejos de encuentra Madaba, donde la vida pasa sin prisas, tal y como lo ha hecho siempre.

La parada en esta localidad se hace básicamente para entrar en la iglesia ortodoxa griega de San Jorge, donde encontramos el más famoso de los mosaicos que restan de los elaborados por esta antigua ciudad famosa por la habilidad de sus mosaiquistas.

Se trata de un mapa de Palestina que se encuentra en el suelo del templo y que se supone que serviría como orientación a los peregrinos que acudían a Tierra Santa, ya que son claramente visibles las ciudades de Jerusalén, Belén, Jericó, el río Jordán, el Lago Tiberíades y el Mar Muerto.

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