domingo, 1 de septiembre de 2019

La increíble historia de Violet Jessop


La increíble historia de Violet Jessop


Capítulo 1. El Olympic.

-Señorita Jessop, debe usted subir a bordo al instante. La gobernanta la espera para darle las primeras instrucciones.
- Por supuesto. Si este baúl no pesara tanto…
Violet se detuvo un instante sin pisar la pasarela. Miró hacia arriba y lo que vio la dejó sin aliento. Ante ella se levantaba una mole como no había visto jamás. Con sus 53 metros de altura, contando las gigantescas chimeneas, el coloso flotaba frente a ella desafiando todas las leyes conocidas de navegación.
-¿Y esto no se hundirá? Se dijo a si misma.
- ¡Este grandullón no se irá a pique ni aunque le cayera encima toda la montaña de Snowdon!
El joven que había contestado a lo que creyó que había sido un pensamiento se agachó y con un movimiento rápido se echó el baúl de Violet al hombro.
-Sígueme “primita”.
Violet nunca había entendido la falta de educación de algunos patanes de Gales. Llamarla a ella “primita”. Pero si era la primera vez que la veía ¡ Que descaro! Tuvo que tragarse las palabras que pensaba dirigirle a aquel muchacho que en parte le recordaba a su hermano, un muchacho bueno y trabajador, que ayudó a su padre, mientras vivió como pastor de ovejas en la lejana Argentina.
Antes de subir al barco, respiró hondo y miró de nuevo el nombre que estaba escrito en la proa. “OLYMPIC”. Recordó que su maestra le había hablado una vez de los titanes de la antigua Grecia. Al parecer eran seres todopoderosos, casi imposibles de destruir.

Cerró los ojos y pensó:
-Bueno, al menos no es una cáscara de nuez.
No era la primera vez que viajaba en barco. Con solo un año había acompañado a su madre en un largo viaje que las llevaría de Irlanda a Argentina, donde su padre las esperaba. Después nacieron sus hermanos y cuando su progenitor murió, cansado y casi sin dinero, la familia volvió a Inglaterra, y su madre decidió internarla en el colegio de un convento, en parte para liberarse de su carga.
Violet no la culpaba. Sabía que no era fácil mantener a nueve bocas, aunque Dios había tenido a bien, o mal, quien sabe, llevarse al cielo a seis de sus hermanos.
Así que cuando su madre enfermó gravemente, y ya siendo mayor de edad, Violet dejó el colegio y decidió ponerse a trabajar y aprender de la vida.
Nunca tuvo miedo a nada ni a nadie y ahora, después de un largo camino recorrido no iba a dar marcha atrás.
Así que subió a bordo y fue rápidamente a la sala de servicio. Allí le esperaba la señora Hartford, la gobernanta, una mujer grande y con cara de pocos amigos y sin embargo con un corazón de oro.
Después de darle las instrucciones pertinentes, toda la servidumbre de la Primera Clase se acomodó en sus camarotes.
Violet tuvo suerte con sus compañeras de cuarto. Incluso una de ellas, Valentina Green, tenía un lejano parentesco con su madre. Los días pasaron rápido, y luego los meses. Cada vez, con cada viaje, Violet iba adquiriendo mejores modales, se iba puliendo, como un diamante. Y lo más importante, se iba haciendo indispensable. Incluso le habían propuesto matrimonio. Y sí, fue el muchacho que le había ayudado con su baúl el primer día, Adolphe. Parecía que la vida le estaba dando más de lo que ella esperaba. ¡Pero que diantres! Ella se merecía lo mejor del mundo. Con 23 años era joven, guapa y cada vez más estirada y desenvuelta. ¡Si hasta una vez un pasajero la confundió con una de las señoritas a las que servía!

Para que engañarse. Al momento, ese pasajero la miró de arriba abajo y ya no confundió su traje de sirvienta con los suaves vestidos de seda que llevaban las debutantes, y Adolphe, ante su negativa al matrimonio, lo había intentado con otra de sus compañeras, y esta vez consiguió un sí.
En estos altibajos emocionales se encontraba Violet cuando escuchó la campanilla que venía del salón de fumar de Primera Clase.
Lord Garin Wenner VI la llamaba para que atendiera a su esposa, una delgada y pálida mujer, presa de un molesto mareo que hacía imposible que pudiera siquiera respirar.
Justo en el momento en que Violet ponía las sales bajo la fina nariz de Lady Wenner, un fuerte movimiento sacudió todo el barco. Tuvo que agarrarse a la silla donde estaba sentada la ahora desmayada aristócrata para no caerse.
Inmediatamente los pasajeros empezaron a gritar y a correr en todas direcciones. Nadie parecía saber lo que ocurría y el sonido de las sirenas no contribuía a calmar los ánimos. Violet también echó a correr hacia la puerta del salón y consiguió llegar por el pasillo de estribor a la mampara que comunicaba con la cubierta.
No podía creer lo que estaba viendo. Frente a ella se encontraba otro barco, el acorazado Hawke que había golpeado el Olympic y parecía pegado a él como si se hubieran fundido uno con otro.
-¡Por favor señorita, apártese de la barandilla, es muy peligroso!- Gritó uno de los oficiales
Violet se echó hacia atrás y corrió hacia su camarote. Por los pasillos se oían las voces de la tripulación dando órdenes e indicando a los pasajeros que volvieran a sus cabinas y se colocaran los chalecos salvavidas.
Al llegar, ya estaban allí sus compañeras de servicio, recogiendo sus pocas cosas de valor y haciendo acopio de ropa de abrigo.
-¡Dios mío Violet! ¿Vamos a morir verdad?- Pregunto Valentina.
- No digas tonterías y ponte el abrigo. Debemos llegar a los botes salvavidas antes de que nos quedemos sin sitio.- Le apremió .
-¡Pero tienen prioridad las señoras de Primera Clase!- dijo su compañera de camarote casi en un susurro.
- ¿Sabes lo que te digo? ¡Si una de esas señoritas, que no saben ni preparar un té, nos impide subir a un bote salvavidas, te juro por mi sangre que va a llegar a la costa a nado o arrastrada por los pelos!
Violet se apresuró a llegar, casi a empujones, hasta la cubierta de botes. Allí varios oficiales se afanaban en intentar controlar a la marabunta que se arremolinaba alrededor de los botes salvavidas.

-Vamos, subamos en éste, antes de que se den cuenta de que somos parte del servicio, dijo Violet.
-Señoritas, por favor, ese bote es de primera clase. Les gritó un oficial.
- Pues de aquí no nos movemos, así me tenga que atar con estas cuerdas al bote.
-Esta bien, quédense ahí sin moverse y sin decir una palabra. El oficial les dirigió una mirada despectiva y siguió con su trabajo.
Violet y sus compañeras se quedaron en el bote sin moverse, rezando, nerviosas sin saber que ocurriría ahora.
De repente la gente dejó de gritar y todo pareció detenerse. Se oía una voz amplificada por una bocina, instando a los pasajeros a no moverse del sitio y a tranquilizarse. Todo el mundo, extrañamente, hizo caso, y al momento apareció el capitán Smith en uno de los puentes, tomó con ambas manos la bocina y empezó a hablar.
-Damas y caballeros, lamentamos el incidente que se ha producido. Les informamos de que hemos sufrido una pequeña colisión con otro buque que ha causado leves daños en el casco del Olympic. Podemos seguir navegando con toda seguridad, así que cambiaremos el rumbo previsto y nos acercaremos al puerto más cercano para desembarcarlos a ustedes y proceder a la reparación de nuestro gran barco.
Los pasajeros quedaron más tranquilos, aunque algunas damas no quisieron bajarse de los botes. La voz se fue pasando de cubierta en cubierta y en poco tiempo todo fue volviendo a la normalidad.
Violet se apresuró a retomar el cuidado del pasaje de primera, hecho que no pasó desapercibido a su jefa, que sonrió con satisfacción e hizo unas pequeñas anotaciones en su cuadernillo.
Al día siguiente desembarcaron en Belfast, y allí se despidió Violet de sus amigas, que juraron no volver a subir jamás en un barco.
Sin embargo ella miró hacia atrás, hacia la mole del Olympic, y sonrió...

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